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IreneSaez

Historias de María - continuación 16

También llegaban a vender fruta, pescado y carne, desde otros pueblos más grandes en los que había tiendas, pero cuando se necesitaba calzado o ropa, había que ir hasta allí a comprarlo. Se aprovechaba cuando se iba a las ferias o cualquier otro asunto importante. Se juntaban varios vecinos, porque la carretera no estaba en muy buenas condiciones y el trayecto, a cualquiera de las dos ciudades más cercanas a las que había que acudir, distaban 14 ó 17 kilómetros del pueblo. Cada uno llevaba su carro con sus mulas, y a la hora de comer, se iban todos juntos a uno de los mejores bares, y a pesar del trabajo, era como una pequeña fiesta.

En el pueblo de María los vecinos eran expertos, en el cuidado del ganado mular, cada uno tenía de cuatro a seis mulos o mulas. En casa de María tenían tres y un pequeño burro al que llamaban Vicente. Los mulos y mulas más pequeños y que aún no trabajaban eran reunidos en el sestil, un recinto sin techo, cerrado con una puerta de madera, y situado en el camino de la fuente vieja. Desde alli eran llevados a apacentar por un pastor o "muletero" durante el buen tiempo. La dula o conjunto de estos animales, era una de las más importantes del contorno.     

Este pueblo tenía dos nombres: el que oficialmente tenía cada vecino en sus documentos, y el que popularmente y desde siempre, era conocido como Castrillo. No se sabe, si porque antiguamente hubo un castillo, fortaleza o castro. El gentilicio de sus habitantes es castrillanos, y que ellos llevan con mucho orgullo. Al ser conocido como Castrillo, mucha gente de fuera, no sabía su nombre real, y más de una vez se prestaba a equívocos. En cierta ocasión un señor de otro pueblo, que iba a comprar paja con su carro y su ganado, al llegar al indicador en el que ponía el nombre oficial del pueblo y no reconocerlo, siguió carretera adelante sin entrar. Después de recorrer varios kilómetros más, ya le pareció que algo no iba bien, y al pasar por otro pueblo, preguntó a alguien con quien se encontró en su camino.

<¿Pero donde está Castrillo? Me dijeron que estaba a catorce kilómetros del mio, y creo que ya llevo andados muchos más>.

<Ese pueblo lo has dejado atrás hace más de una hora>.

<Pues no lo he visto, en ninguno de los carteles ponía ese nombre>.

Al buen señor hubo que explicarle el juego de nombres, después de todo, seguro que ya no volvió a equivocarse.

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