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IreneSaez

Historias de María 27

Llegado septiembre y recogida la cosecha, se hacía la fiesta de Gracias, eran dos días estupendos, sábado y domingo. El ayuntamiento contrataba a dos músicos que solían tocar el acordeón y antes de la misa hacían una ronda tocando por todo el pueblo. Los niños les seguian tan encantados como los niños del cuento "El Flautista de Hamelin". La misa era cantada por algunos hombres y en la procesión los mozos sacaban los pendones y estandartes, se llevaba la Virgen a la ermita, tocaban los músicos y los mozos tiraban cohetes. Después de la misa había baile hasta la hora de comer. Por la tarde se rezaba el rosario. Era una forma de dar gracias a Dios y a la Virgen, por la cosecha recibida. A la hora de la cena todo el pueblo tenía invitados, siempre había gente de otros pueblos vecinos, que familiares o no, llegaban a la fiesta y a nadie se le dejaba sin cenar. Después de la cena se hacía una buena verbena y todos lo pasaban en grande.

El nuevo curso ya se acercaba y la maestra ya no tardaria en llegar, con la apertura de las clases todo volvia a ser como siempre, pero este año eran unos cuantos niños menos.

La familia de María como de costumbre, estaba reunida mientras se hacía la hora de la cena, su padre estaba oyendo las noticias en la radio sus hermanas seguian con sus labores y su madre estaba hilando. Parecía mentira que, de aquella lana que "vestian" las ovejas, salieran aquellos ovillos con los que después se hacían tantas cosas.

Para sacar la lana de las ovejas se las esquilaba. El esquileo lo hacían antes de que empezara el calor, y como en otras ocasiones se juntaban los que tenían ovejas y hacian la labor todos juntos. Estos vecinos tenían una costumbre bastante curiosa: mandaban a un chaval, a la casa de un vecino, a por la piedra de afilar. El pobre chaval, bien obediente, iba a por la dichosa piedra. El tal vecino metia en un saco, una gran piedra de la calle, que el chiquillo iba arrastrando con dificultad, luego todos se reían de la broma pero todos los años caía algún inocente. 

Después de esquilada la lana se elegian los mejores vellones, para después de lavarlos bien, someterlos a una serie de procesos. Primero se carmenaba: esto era desenredarlo por si tenía algún pequeño defecto, o simiente del campo, que no se hubiera quitado con el lavado. Luego se cardaba. Las cardas eran unos cepillos grandes, con un mango y puas de acero, y frotando una con otra, la lana se deshacía y se preparaba para ser hilada.

A María le gustaba ver a su madre como cardaba la lana, hacía unos bucles estupendos (que llamaban "letas"). Después con un huso de hierro, al que hacía bailar con una gran maestria, iba enlazando un bucle tras otro, y sin hacer un solo nudo, salian unos hermosos ovillos, que ella iba haciendo de mayor o menor grosor, según para lo que se fuera a confeccionar. Luego lo convertian en madejas y lo teñian de distintos colores. Las chaquetas y jerséis que lucía María, eran confeccionados en su casa, entre su madre y sus hermanas desde el principio hasta el fin. Así como calcetines y otras muchas cosas. Con esta lana también hacian mantas y alforjas, tanto para la casa, como para los animales, pero estas las mandaban hacer fuera del pueblo.    

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